Mis oídos y mis ojos y mi lengua y corazón
os consagro, en fin María cuanto tengo y cuanto soy.
Pues que ya soy todo vuestro, dulce Madre de mi amor conservadme y defenderme como a vuestra posesión.
En mi mente tu recuerdo indeleble siempre esté, como faro luminoso que me guíe al Edén.
En mis labios siempre tenga yo tu nombre celestial; y perenne siempre en mi pecho tanto amor, tanta bondad.
No me espantan los rugidos del maligno tentador, porque tengo, Madre mía, tu valiosa protección.
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